Por M° Fernanda López, Mónica Madrigal, Meliza Quirós
Actualmente nos enfrentamos a políticas que, más allá de ayudar, cubren las necesidades de las personas de una manera “paternalista” y efímera, limitando la capacidad de desarrollar autonomía en la población involucrada. Inicialmente, entiéndase paternalismo, en palabras de Díaz (1993), como “la interferencia en la libertad de acción de una persona justificada por razones que se refieren exclusivamente al bienestar, al bien, a la felicidad, a las necesidades, a los intereses o a los valores de la persona coaccionada” (pp.74-75). En este sentido, la persona recibe dicha ayuda, pero igualmente se limita su libertad, a cambio de un supuesto bienestar y la cobertura de sus necesidades.
Por su parte, Bobbio y Matteucci (1982), definen al paternalismo como “una política social, tendiente al bienestar de los ciudadanos y del pueblo, que excluye la directa participación de los mismos: es una política autoritaria y al mismo tiempo benévola, una actividad asistencial para el pueblo, ejercida desde arriba, con métodos puramente administrativos” (pp.1193-1194). Con esta definición se puede observar como el paternalismo no brinda las herramientas para solucionar los problemas, sino que únicamente “asiste” desde arriba (altos jerarcas) al pueblo. Además, al limitar la libertad, el paternalismo se convierte en un sistema que fomenta la dinámica oprimidos-opresores.
Entonces, la población costarricense se ve coaccionada por el Estado, como una forma de protección ante las amenazas que sufre el pueblo, pero que, al fin y al cabo, no ofrecen una real solución a las necesidades e interés de las personas que habitan y pertenecen al territorio nacional, sino que, disfrazadas de soluciones, se brindan alternativas que buscan un alcance de beneficios propios por parte de las personas ubicadas al frente de nuestra sociedad (el presidente y su gabinete, así como el resto de representantes de los partidos), esto en temas de economía, social y educación, mediante el manejo del eslogan de ser una democracia que nos hace ser el país más feliz del mundo... Mas, en realidad qué significa democracia. No es sencillamente una representatividad por parte de los altos mandos, esta se refiere a una participación activa de todos sus miembros, donde, aunque sea por consenso, cada persona tiene voz y voto ante las decisiones que nos involucran como comunidad.
Vale cuestionarse cómo se cubren (no solucionan) las necesidades inmediatas de las personas que están expuestas a la intervención paternalista, pues muchas de ellas se hacen desde una visión externa y no indagando cuáles son las verdaderas carencias de los individuos. Así, “el descubrimiento de las necesidades humanas fundamentales de la mayoría de la población es un proceso trabajoso y complejo: no existe ningún modelo educativo que ayude a esas comunidades a descubrir sus necesidades” (Carmen, 2004, p.90). La creación del conocimiento, en este sentido, debe dirigirse a ayudar a las personas a involucrarse en el descubrimiento de sus necesidades y, por ende, buscar posibles soluciones a dichas carencias, no únicamente recibir la ayuda estatal; que las personas participen de manera activa y crítica, que cuestionen su realidad y partiendo de ahí, que puedan detectar cuáles son sus verdaderas necesidades.
Así, desde el ámbito educativo, se siguen una serie de programas y planes de estudio, en jardines infantiles, escuela y colegios, por medio de los cuales se demanda mantener a la población en un nivel donde puedan hacernos encajar en su forma de ver el mundo, con una criticidad sumamente limitada, para evitar “salirnos del canasto” y no coincidir con sus ideales, y de esta forma con su sistema paternalista.
La educación puede ser una herramienta de doble filo en este sentido. Por un lado, puede fortalecer la idea de asumir al paternalismo y la asistencia como algo bueno, que únicamente pretende colaborar con las necesidades de los seres humanos, y justificar el hecho de la sumisión a las políticas impuestas desde arriba. Por otro lado, puede ser una forma de quebrantar tal modelo, liberar a las personas y enseñarlas a ser críticas, a empoderarse y apropiarse de sus saberes y capacidades, creando soluciones para ellos y la comunidad.
Referencias bibliográficas
Bobbio, N. y Matteucci, N. (1982). Diccionario de política. Madrid: Siglo XXI.
Carmen, R. (2004). “Desarrollo autónomo. Humanizar el paisaje: una incursión en el pensamiento y las prácticas radicales. Costa Rica: EUNA.
Díaz, G. (1993). Autonomía y paternalismo. Murcia: Universidad de Castilla-La Mancha.